20 diciembre 2006

mi primo Luis

Este blog va un poco de cosa literaria asi que os dejo un enlace para solaz y recreo de la intelectualidad.
Para muestra os dejo esto que escribio mi primo cuando murió nuestra abuela:


28 julio 2003
Adiós, Finucha

Te nos vas, Delfi, te nos vas, chiquilla sonriente...

Ahora que lo pienso, ¿cómo te tengo que llamar yo ahora?... ¿Delfi? Ese era un nombre nuevo para ti, un nombre por el que nadie te llamó jamás. Un nombre inventado por tus nietos cuanto ya nos hicimos mayores y nos incomodaban un poco, digo yo que sería eso, los nombres viejos y cariñosos. Eso de “Delfi” estaba más o menos bien, un nombre amable y como desinfectado, casi divertido, familiar, muy cortés. Pero no eras tú... No te reconocías, me parece a mí, en ese nombre raro y reciente de “Delfi”.

Últimamente todos te llamaban “Bisa”. “Bisabuela”. Claro, ya tenías bisnietos así que eras bisabuela. Pero qué horror de nombre, chiquilla, cuántos años te tiraba encima aquello de “bisa”... Con lo mirada que tú eras para tu aspecto, jamás consentías que te viera nadie sin tus dientes, tan guapa con tu pelo plateado, tu bastón, tu sonrisa que desde luego tú sabías que era cautivadora... No te pegaba nada lo de “bisa”. Coquetona.

El abuelo Fernando, tu marido, que lleva treinta y cinco años y cinco meses esperando por ti (que se dice pronto), te llamaba “Fina”. Era diminutivo de “Delfina”, que es tu nombre, pero ¡cómo acertó! Fina. Abuela, ésa es la palabra que mejor te describe. Fina. La tuya ha sido una vida extraña, extraordinaria, marcada siempre por esa cualidad: la delgadez, la finura, la condición del junco, que se dobla pero no se rompe; aquello que está pero que no se ve, la presencia silente, lo que el silencio es a la música, la sombra dulce que acompaña siempre a la luz violenta. Eso ha sido siempre Fina. Y también, y por lo mismo, la capacidad indomable de resistir a la adversidad, y de vencerla, gracias a un arma tuya personal, un arma que nadie supo jamás usar como tú: la sonrisa, la delicadeza, la inmensa delicadeza de tu sonrisa.

Te quedaste huérfana de padre y madre siendo casi una niña, en un momento terrible para este país y para ti. Te convertiste, con muy pocos años, en una jovencísima cabeza de familia numerosa, numerosísima, y había que alimentar a aquella tropa, a todos aquellos críos hermanos tuyos, y había que sacarlos adelante. Te tocó aquella bola negra a ti sola. Y lo hiciste. Te multiplicaste por dos, por tres, por diez, por lo que hizo falta. Pero lo hiciste. Nadie sabe cómo. Nadie sabría explicar cómo sin tu sonrisa, tu don de gentes, tu irrepetible capacidad para irradiar bondad con aquella sonrisa tuya. Aquellos niños salieron adelante gracias a ti, callada, trabajadora, sonriente siempre: para ti, un día de tormenta no era un día de tormenta sino la víspera de un día de sol. Una desgracia no era más que el preludio necesario a algo radiante.

Te llegó el amor jovencísima, al borde de los veinte años, y lo trajo un chico guapo y con txapela que te vio sonreír y dijo: “Su hermana está bien, pero ésta es a la que yo quiero”. Te casaste con él. Te viniste a vivir a León, a una casa que yo no podré olvidar mientras viva, y tuviste tres niños sin dejar de sonreír un solo segundo, a pesar de todos los problemas que se cernían, como nubes negras, sobre aquel hogar de ladrillo rojo de la calle de Serranos.

Cuando tu marido se quedó sin trabajo, ya mayor, tú volviste a sonreír: “Algo habrá que hacer”, dijiste, para que tus hijos pudieran comer, y te pusiste... ¡a coser! Fue una inundación. No hay familia de León que hoy tenga más de dos generaciones que no haya vestido los jerseys, las chaquetas de punto, los chalequitos y las rebecas de Delfina. Ninguna. Lo hacías tan bien que pronto no te quedó más remedio que crear una pequeña empresa: las chicas que contratabas se juntaban en el taller, en el bullicioso cuarto de atrás de tu casa, el que muchos años después sería el mío, y cosían al ritmo de la música que ellas mismas cantaban: “Dónde vas, Alfonso Doce, dónde vas, triste de ti...” Claro, aquello iba lentísimo. Así que tú misma interrumpías la canción, yo he visto eso con muy pocos años, y empezabas otra: “Pisa morena, pisa con garbo, que un relicario, que un relicario me voy a haceeer...” Así ellas cosían más aprisa y tú sonreías más y más, contenta de hacerlas coser más gracias a que ellas se sintieran felices con la música, algo que no se le ha ocurrido, mucho me temo, al dueño de ningún banco de hoy en día. Claro que también mucho me temo que ningún dueño de banco se te pudiera parecer ni por lo más remoto.

Aquellas chicas que trabajaban para ti te querían, abuela. Yo lo vi. No eran sólo las empleadas que trabajaban en tu casa. Seguramente alguna está aquí ahora. Te querían. Porque te hacías querer, ¡es que eso no has podido evitarlo nunca! Estaba en tu forma de ser, en tu forma de hablar, sobre todo en tu forma de sonreír. Yo era un mierdín de ocho años que se colaba como una lagartija en el taller de costura, que se aprendía las canciones y que se extasiaba con el mecanismo mágico, incomprensible, de la devanadera de los ovillos de lana. Aquel era un mundo amable e inalcanzable para mí. Pero lo veía. Y me asombraba. Y presumía en el colegio con toda rotundidad: “Sí, tu padre tendrá un Citroën, mira qué bien, ¡pero es que a mi abuela la quiere todo el mundo!” Mis amigos del colegio se callaban, extrañados y hoscos. A nadie de sus familias le quería todo el mundo. Eso valía más que un Ciotroën o que un equipo entero de reglamento del Athletic de Bilbao.

Y por entonces, a los ocho o nueve años, aprendí a llamarte con un nombre personal, sólo mío, que no sé dónde oí: Llalla Finucha.
Tú eras mi Llalla Finucha. La que yo más quería. La que me sonreía siempre, pasara lo que pasara. La que no se cansaba jamás de quererme, aunque yo fuera un trasto que sacaba de quicio a mi madre. La que me hacía chaquetas, chalecos, jerseys de punto y de lana, a mí y a mis hermanos, que se quedaban inservibles en pocos meses, porque íbamos creciendo, crecíamos tan deprisa... Pero siempre había otros nuevos. A una velocidad endiablada.

A esa misma velocidad fueron pasando las cosas que hacen y deshacen la vida. Tu hijo pequeño, Miguel Ángel, murió rápidamente de una enfermedad incomprensible e injusta. Hace casi exactamente veinte años de esto. Tú no descompusiste el gesto ni un solo segundo. Muy pocos te vieron llorar. Más pronto que tarde, de tus lágrimas renació tu indomable, tu inexpugnable sonrisa: hacia delante. Siempre hacia delante. Te tragaste entero el dolor para que quienes estábamos contigo supiésemos que la vida, según tú, no estaba sino hacia delante. Que había que seguir. Y era tu hijo pequeño...

Esa vida de mierda, o lo que algunos llegamos a pensar que era una vida de mierda, te trató con una crueldad sin límites. Años después se nos fue, en un accidente de tráfico, el más brillante de tus nietos, el más querido de mis primos, Fernandín. El golpe fue horrible. Pero, sobreponiéndonos a nuestro propio dolor, todos pensamos: “Esto sin duda acaba con la abuela...” Y no. La abuela, casi con ochenta años, colocó la foto de su nieto junto a la de su hijo, y junto a las de sus padres, y se acostó a respirar despacio. Luego, al cabo de un tiempo sin límite ni nombre, se levantó, se fue a la cocina y se puso a hacer torrijas con pan duro.

Y a sonreír. La vida, enseñaba la abuela, no se acaba en el dolor, en la tristeza, en la desesperanza; sigue, sigue, sigue siempre. Sonríe, idiota: la vida siempre merece la pena, ¿no lo ves? ¡Sigue! ¡Levanta la cabeza! Hacia ahí señaló siempre el dedo de la abuela, desde que tenía quince años hasta que casi cumple 94. ¡Levanta la cabeza! Nada se acaba nunca mientras tú no te rindas, siempre quedas tú para volver a alzar con tus brazos cualquier género de escombros y reconstruirlos en una nueva hermosura. La vida es lo que nosotros empujemos porque sea, la vida es nuestra voluntad, la vida es nuestro entusiasmo y nuestra determinación, la vida son nuestras ganas indomables de vivirla, de amar y de ser amados, de resistir al dolor, por más horrible que sea, porque algo hay después que merece la pena de ser vivido. La vida no es más que las ganas tremendas de vivir la vida a sangre y fuego.

La vida es que te quieran porque te has hecho querer, que te amen porque te has hecho amar, que te recuerden porque, como yo decía de mi abuela en el colegio, “te quiere todo el mundo”. Mírese cada cual ahora mismo, ustedes que escuchan, y piense cada uno si está a la altura de esta pobre y sonriente señora de Barreda, Santander, que tejía día y noche, día y noche, para lucimiento de la buena sociedad leonesa, chaquetas y chalecos de punto como éste que yo llevo ahora mismo con todo el orgullo del mundo, y lo hacía para que sus hijos pudieran comer.

Ahora te vas, chiquilla de la eterna sonrisa, abuela feliz y cariñosa, que siempre dijo “foglore” y no folclore, que me llevaba de chiquito a oír en la Catedral “El Mesías” de Haendel para que yo fuera aprendiendo, que hace las torrijas y el flan de coco y la leche frita como nadie jamás en el mundo volverá a hacerlas; te vas y es ley de vida que así sea, pero quiero decirte algo, muy poca cosa:

Vete tranquila, Llalla Finucha. Lo has hecho bien. Lo has hecho extraordinariamente bien. Has hecho un maravilloso, un excelente trabajo. Has creado una familia férrea, unida hasta el límite mismo del amor, que nunca se disgregará, y eso será gracias a tu ejemplo. Has sido una excelente madre, una inolvidable abuela y una maestra consumada de las difíciles artes del cariño: nos has enseñado cosas que nadie más que tú sabía para ser felices sin hacer daño a nadie.

Vete tranquila, Llalla Finucha. Vete tranquila. Tu precioso legado de amor queda en buenas manos y crecerá después de ti.

No te olvidaremos jamás, jamás. Nunca.

Gracias, gracias. Gracias por tu permanente y combativa sonrisa, gracias por toda tu vida obstinadamente consagrada a hacernos mejores de lo que somos.

Gracias, madrina mía. Gracias, cariño nuestro.

Protégenos desde allá. Cuídanos. Míranos. Sonríenos siempre. Es el último favor que te pido.

Un beso. Y buen viaje.

14 diciembre 2006

belén campanas de belén


mi super papi

recuerdos











Este blog se va a convertir en un cúmulo de recuerdos, tampoco quisiera.

Por cuestiones que no vienen al caso me he acordado del Yordas, aquí os dejo la historia "oficial".

Este "pico" está en Riaño, para algunos Riaño desaparecio para siempre, otros se creen que han estado allí, pero no, el Riaño de verdad desaparecio, como muchas otras cosas.El Yordas sigue ahí, testigo mudo de las idas y venidas de estos seres que habitan el planeta tierra.


Ah! ademas es un club de montaña, en el año 1973 eramos unos cuantos jovencitos/as, ahora creo que son un montón.


Revolviendo por la pagina del club también he encontrado a mi padre, que majo !!!, en un belén de cumbres


Besos a mis amigos del Yordas, incluido Ramón








29 noviembre 2006

club squash LEÓN


Año 2001.
Un recuerdo de mi hermano

27 noviembre 2006

violencia de genero


El sábado fuí con mis amigas al balet de Othelo. Impresionante. Todo, impresionante, bellisimo.

23 noviembre 2006

dignidad y carácter

Mi padre solía escribir en el periódico local. Este artículo lo publicaron pocos dias antes de morir él, realmente estaba dedicado a una persona que no solía escucharle y que le desprecio hasta el último día, incluso ahora sigue despreciandole. No puedo, y me gustaría, decir quién es, allá cada uno con su conciencia.

Besos para mi papi



Jueves 4 de septiembre de 2003
FERNANDO ALGORRI RODRÍGUEZ
TRIBUNA

CUANDO las palabras dignidad y carácter están unidas, reflejan la forma de ser de una persona cuya personalidad define los rasgos que conforman su fisonomía y las distingue de aquellas otras cuyo modo de ser ofrece el aspecto agrio, avinagrado, adusto, brusco o grotesco, que bien por la educación adquirida junto a malas compañías, por agrado o adquiridas biológicamente, es decir heredado, existe en su forma de ser para ser transmitido posteriormente.

Esta diferencia en la cualidad de las personas se advierte en todas aquellas, sea cual sea su posición. Lo que resulta evidente es que, por razones de su trabajo, unos lo manifiestan más abiertamente que otros.

Por lo tanto, podrán alcanzar estas diferencias entre personas introvertidas o extrovertidas, o sea, de carácter alegre, dulce o sencillamente apacible, frente a aquellas otras de carácter irascible, de mal genio, en la que los primeros suelen mantenerse firmes en su línea de conducta y las otras cuya firmeza de mal carácter es más voluble y, por tanto, más propensas a enfadarse o irritarse, llegando incluso a veces a fingir su estado de ánimo para desarbolar a aquellas personas que no sean de su agrado.
... el papel que juegan los padres, en cuanto a la educación que imparten a sus hijos, la mayor parte de las veces es determinante.

Ahora bien, cuando una persona es herida en su amor propio, y su dignidad no se lo permite porque suelen ser sensibles a los desprecios o faltas de consideración que hiera su dignidad, es cuando presumiblemente es origina el enfrentamiento. Y entonces cada cual defenderá su orgullo, la honradez, y la respetabilidad conforme al carácter y manera de ser que distingue a unas personas de otras.

Si se trata de investigar la conducta o modo de conducirse de los miembros de una familia, podría decirse que el papel que juegan los padres, en cuanto a la educación que imparten a sus hijos, la mayor parte de las veces es determinante y consecuente con la conducta que éstos propagarán en todos los ámbitos en que se desenvuelva su vida, en el colegio, con los amigos durante y después de sus juegos, etcétera, lo que podría llamarse conducta y carácter hereditarios, que sin ellos pretenderlo tratan de transmitirlo a la sociedad y por ello a veces son realmente rechazados por ella.

En las universidades ocurre lo mismo, aunque la forma de manfiestarse es más sutil, más sofisticada. Tanto entre alumnos como entre los profesores, aunque éstos con menos convicción, existen también tales diferencias, si bien, como es natural, son menos frecuentes. Mas no por ello hay que dejar de mantener cierto tacto y la diplomacia que sea necesaria para elegir entre aquellas personas con carácter y dignidad y aquellas otras que carecen de tales cualidades.
En el desenvolvimiento de la vida social de cada cual, uno tiene que tener la suficiente intuición para detectar aquellas personas con las que no es aconsejable mantener una amistad o relación social, de aquellas otras cuya conducta no aconseje mantener con ellos cierta amistad.
Aunque en principio pueda dar la sensación de que esta elección pueda ser complicada no suele ofrecer ninguna dificultad, puesto que el poder psicológico del que dispone cualquier persona suele ser suficiente para distinguir a las personas formales de aquellas otras que dejan mucho que desear, aunque siempre existen personas delincuentes que engañan hasta a su propio padre, timadores que son amigos de lo ajeno, que resultan mucho más difíciles de sorprender, con los que hay que tener gran cuidado para no ser engañado.

Por último están los políticos. Entre ellos los hay con más o menos dignidad de carácter. En este caso el ciudadano tiene que tener la suficiente capacidad de inteligencia para saber distinguir el más aceptable de acuerdo con sus propias convicciones políticas, para confiar su voto a favor de aquel que le haya convencido.

De todos modos, conviene advertir que hay muchos políticos que para ocultar o tapar su insuficiencia de expresión y, por tanto, su incapacidad de representar a los ciudadanos con seriedad y fielmente, son amigos de emplerar con harta frecuencia la sátira cuando desean ridiculizar al rival, en lugar de exponer con toda seriedad sus ideas políticas con el fin de satisfacer los deseos de aquellos que tengan intención de votarle, empleando un conjunto de expresiones correctamente y haciendo un uso adecuado de la gramática, sin necesidad de desacreditar al rival empleando falsos testimonios, que muchas veces resultan grotescos dichos por personas a las que se supone un alto grado de cultura.

«Es imposible elevarse en este mundo sobre los demás sin dignidad de carácter». (Philip Dormer Stanhupe, Iord Chesterfield).

mi padre


La imagen real de esta historia lleva conmigo algún tiempo y me resistía a escribirla, porque uno no está acostumbrado a “tirar la toalla”, pero sinceramente creo que ha llegado el momento más adecuado, difícil momento, de escribirla.


Una larga fila de montañeros subía por la falda de aquella montaña, formando una serpentina multicolor debido a los colores chillones de su indumentaria. Era un día de invierno nevado y con mucho frío. Un día grande donde tenían cabida todos los montañeros, los veteranos, aquellos que se iniciaban y los niños, sobre todo los niños. Grande, porque se iba a colocar El Belén en la cima de aquella cumbre que habían elegido un hermoso día de Navidad.


Subieron todos, buscaron el sitio más apropiado bajo una oquedad y colocaron con mimo las figuras de barro que llevaban en el interior de sus mochilas, formando un Nacimiento precioso. El instante era único. La vivencia, privilegiada para todos ellos.


Subía con pasos cortos, lentos, le estaba costando un gran esfuerzo. Era consciente de que era el último, el rezagado, y sentía que las fuerzas le estaban abandonando. Los demás se iban alejando a medida que subían y se da cuenta de que no llegará a alcanzarles hasta que no llegue a la cumbre. En aquel momento pensó, no sin gran dolor, que este sería el último Belén al que podría subir, tal como venía haciendo cada año desde hacía muchos. Claro, que pensándolo bien, eso no es bueno ni es malo; había cumplido setenta años y simplemente había que reconocer que la vida estaba cumpliendo sus leyes. Reflexionó sobre aquella frase del escritor José Saramago: “ No permitas nunca ser menos de lo que eres, porque ser viejo no es ningún estigma, ni una vergüenza”.


Cuando logró unirse al grupo que estaba alrededor del Belén, aún tuvo tiempo de cantar algunos villancicos. Ningún montañero se había percibido de su retraso, porque los jóvenes, sobre todo, cada vez se distanciaban más en su avance y ninguno solía mirar hacia atrás. Pensó que cada año habría algún rezagado como él, porque todo montañero, como cualquier otro deportista, vive su tiempo y cumple las reglas que impone la edad o la naturaleza.


Habrá otros Belenes, otras ascensiones a picos idénticos a los que él había subido, otras travesías por parajes hermosos, como todos los que ofrece la montaña. Es la ley, se dice. Mientras desciende resignado, algo fatigado; el viejo montañero sonríe y recuerda.


Había sentido una atracción tardía por la montaña. Antes había practicado otros deportes, de manera más intensa el fútbol. Ahora, al volver su pensamiento atrás, lamentaba no haber empezado a practicar el montañismo a edad más temprana.


Recuerda, no sin nostalgia, aquella primera excursión en la que hizo la travesía del rio Cares. Le cautivó de tal manera, que desde entonces no dejó de salir a la montaña siempre que se presentaba la ocasión. Se hizo socio de un club y obtuvo la licencia federativa. Las salidas a la montaña se sucedieron una a otra y cada año con más frecuencia, de modo que a estas alturas ya era considerado como montañero de los más veteranos.
Tras cerca de treinta años de intensa actividad, los cuatro últimos como Delegado de Montañismo en León, presentó su renuncia porque entendió que otra persona más joven de signo ganador sería la más aconsejable para continuar su labor, porque nunca había pretendido ser autoridad y mucho menos autoritario. También influyó en su decisión que durante el último año había sufrido una operación importante, que le había dejado algunas secuelas crónicas que han ahondado y abierto profundas grietas en un muro que hasta entonces había permanecido recio y fuerte.

Anécdotas durante tan largo tiempo, pues claro que podría citar un montón, mas como simple ejemplo me voy a ceñir a mencionar un par de ellas que tienen como protagonista la niebla y la nieve, ya que en mi opinión ambos son los peores compañeros del montañero.

En cierta ocasión se perdió un grupo numeroso de montañeros, entre los que se encontraban algunos de los mejores, en una ruta que, además, era frecuentada por todos ellos. Sin embargo, la niebla cerrada y la nieve, que no dejaban tomar ninguna referencia, hizo que todos ellos se perdieran y después de algún tiempo se dieran cuenta de que estaban dando vueltas en círculo totalmente perdidos.En otra ocasión fui protagonista en solitario al haberme perdido, porque cometí un grave error debido a una falsa interpretación de unas huellas en la nieve, desorientándome totalmente y fui desde las inmediaciones de Orallo (León) hasta Villar de Vildas (Asturias). Una verdadera odisea. ¡No ir nunca solos!

El deporte, cualquier deporte, es importante para la vida de todo ser humano, pero si se hace un análisis en profundidad de lo que puede representar la práctica del montañismo, se encontrarán muchas razones para darle preferencia. Y sería bueno, aunque sea en pequeña medida, ayudar a alguien a que descubra el placer y la compañía que nos da siempre este deporte. Por supuesto que esto puede repeler a cierto tipo de mentes, pero también puede ser, de hecho es, fuente de un profundo atractivo para otros.

“Nada me inspira más veneración y asombro que un viejo que sabe cambiar de opinión”(Ramón y Cajal).

21 noviembre 2006

en principio

Este es un blog de pruebas que se puede convertir en definitivo